A LA RECIENTE OLEADA de 50 cumpleaños de hitos culturales y políticos clave — Marcha sobre Washington de 1963, asesinato de John F. Kennedy, participación de los Beatles' en el programa de Ed Sullivan — hay una que sumar: La campaña presidencial de Barry Goldwater, el aspirante más influyente de la política norteamericana.
Goldwater tenía el mote de "Don Conservador", pero hoy hasta los progres le adoran. Robert F. Kennedy Jr. redactó un ensayo unos años atrás efusivo en sus elogios a Goldwater, a quien describía como un ejemplo de civismo, decencia e integridad. Goldwater no fue "ni racista ni mezquino", escribía Kennedy; desafió a los izquierdistas de su época a través del "debate sensato y la convicción honesta". El documental de 2006 producido por CC Goldwater, la nieta de izquierdas de Barry, rebosa distinciones izquierdistas; Hillary Clinton, James Carville o Walter Cronkite se cuentan entre los que dan fe del encanto y el carisma de líder del caballero.
Cómo han cambiado las cosas.
En 1964, Goldwater apeló al escalafón político. Aunque el legible éxito de ventas "La conciencia de un conservador" le había convertido en un héroe entre la derecha antes incluso de postularse a la Casa Blanca, tertulianos de izquierdas parecían impactados al descubrir que su conservadurismo iba en serio. Cuando en su intervención de aceptación de la candidatura en la convención Republicana de San Francisco afirmó que "el fundamentalismo en la defensa de la libertad no es ningún vicio, igual que... la moderación en la empresa de la justicia no es ninguna virtud", se les revolvió el estómago.
Lo que vino después fue una de las campañas de insulto más implacables de la historia política norteamericana. Goldwater y sus partidarios conservadores fueron equiparados reiteradamente con los Nazis, con dementes o con fanáticos belicistas. Jackie Robinson dijo conocer "lo que era ser judío en la Alemania de Hitler". El famoso anuncio electoral "de las margaritas" de Lyndon Johnson mostraba a una niña pequeña arrancando pétalos de flores, hasta quedar sobrecogida por la nube en forma de hongo de una explosión nuclear. Un mes antes de los comicios, la portada de la revista Fact rezaba estridente: "¡1.189 psiquiatras dicen que Goldwater no está para ser Presidente!"
La opinión generalizada decía que Goldwater no tenía ninguna posibilidad, y la opinión generalizada tenía razón. La jornada electoral, la lista Republicana sufrió una derrota abrumadora. Johnson amasó el 61 por ciento del voto popular, porcentaje más elevado de la serie electoral presidencial; los Demócratas se hicieron con mayorías desproporcionadas en todas las instancias, cercanas a la clamorosa victoria de Roosevelt en 1936. Goldwater — candidato Republicano más conservador ideológicamente desde Calvin Coolidge — no sólo había perdido, había quedado enterrado.
Lo que significaba eso, decían los analistas políticos más respetados del país, era evidente: El conservadurismo era veneno político, y al Partido Republicano acababa de serle administrada una dosis letal.
"Barry Goldwater no sólo perdió las presidenciales de ayer, sino también la causa conservadora", declaraba James Reston, del New York Times. "Ha demolido su formación para mucho tiempo". La revista Time afirmaba que los conservadores Republicanos habían quedado humillados tan completamente "que no van a tener otra oportunidad de victoria como formación en algún tiempo".
Pero en eso, la opinión generalizada se equivocó de medio a medio. También los Republicanos de izquierdas de la Costa Este que llevaban tiempo dominando el Partido Republicano. Ellos no pretendían invertir el sustancial incremento de programas públicos que habían apoyado los Demócratas desde el New Deal; su cebo al votante consistía en decir que ellos podían gestionar esos programas con eficacia más empresarial. Muchos Republicanos del escalafón estaban tan repelidos por el conservadurismo convencido de Goldwater como los Demócratas y los izquierdistas de los medios convencionales. El secretario del Partido Republicano de Nueva York llamó a la catástrofe de la jornada electoral "la arrasadora factura" que había pagado el Partido Republicano a cuenta de su "errática desviación de nuestro rumbo sonoramente moderado en el siglo XX". El votante había hablado, y el conservadurismo había quedado "decisivamente vetado".
El conservadurismo no era ninguna forma de suicidarse, era el futuro Republicano. "En el fondo, sabes que tiene razón" había sido el ridiculizado eslogan de campaña de Goldwater ("En el fondo, sabes que ésta como un sonajero" era la respuesta ocurrente), pero fue quedando progresivamente claro que el núcleo del Partido Republicano se escoraba realmente a la derecha. Goldwater pudo no haber sido un candidato presidencial muy bueno, pero millones de estadounidenses consideraron inspiradores y refrescantes sus ideales conservadores.
Los tertulianos estaban seguros de que la contundente derrota de Goldwater en 1964 dejaba al Partido Republicano, y al movimiento conservador, en dique seco para los próximos años. Pero los Republicanos pasaron a ganar 5 de las 6 elecciones presidenciales siguientes, y el conservadurismo se convirtió en el alma de la política Republicana. |
Mientras Goldwater perdía en 44 estados, había indicios notables de entusiasmo del electorado con su mensaje político. El historiador Steven Hayward señala que la campaña Goldwater tuvo más de un millón de donaciones, 400.000 de ellas por debajo de los 10 dólares. Cuatro años antes, la campaña de Richard Nixon había tenido apenas 40.000 donantes.
En 1964, el centro de gravedad del Partido Republicano inició su decisivo giro hacia el Sur y el Oeste. De las 12 presidenciales que vinieron después, los Republicanos se hicieron con siete, y cada lista electoral Republicana desde la campaña Goldwater ha incluido un conservador. ¿Quién pone en duda hoy que los conservadores constituyan el electorado de la formación? Hasta hace 50 años, los aspirantes presidenciales Republicanos competían por la aprobación del escalafón de izquierdas dentro de la formación. Hoy, hasta el escalafón Republicano se declara conservador — mientras que a Goldwater, criticado con saña por los Demócratas en 1964, se le describe con afecto y admiración entre los Demócratas de 2014.
Goldwater perdió unas presidenciales, pero cambió el rostro de la política norteamericana. Todos los candidatos victoriosos apelan a la corriente. Pero sólo el más influyente la encauza.
(Jeff Jacoby es columnista del Boston Globe.)
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