LA CRISIS SIRIA anda desbocada, el sistema político egipcio implosiona, una nueva oleada de terrorismo sunita ensangrienta Irak, la Libia post-Gadafi se derrumba en un estado de anarquía y escombros e Irán está a punto de superar el umbral nuclear. Pero aun así el Secretario de Estado John Kerry sigue espoleando el caballo muerto del "proceso de paz" palestino israelí.
El lunes, en mitad de su (ya difunta) campaña de obtención de apoyos a una intervención militar norteamericana en Siria, Kerry se reunió durante tres horas con Majmoud Abbás, de la Autoridad Palestina, para discutir "la forma de intensificar" la vuelta más reciente de conversaciones entre Israel y los palestinos. Al principio de la jornada, se había reunido con funcionarios de la Liga Árabe para reforzar "su compromiso" con las negociaciones de paz árabe-israelíes. Todo el mundo convenía, decía Kerry, en que "el acuerdo final es importante a la hora de mejorar la seguridad y la estabilidad regionales de todo Oriente Próximo".
La noción de que un acuerdo de paz palestino israelí es clave para tener un Oriente Medio estable es uno de esos mitos mohosos que nunca parecen perder popularidad. ¿Pero cuál de los conflictos que hoy asolan la región acabaría si Israel y los palestinos estuvieran en paz? ¿La guerra civil de Siria? ¿La sangrienta lucha de Egipto? ¿La reaparición de Al Qaeda?
En una región tan atrasada y dividida como Oriente Próximo, escribía el antiguo asesor de 6 secretarios de estado Aarón David Miller en un destacado ensayo de 2010 para Foreign Policy, "supera los límites de la ingenuidad hasta el extremo afirmar que zanjar el conflicto árabe-israelí es la cuestión más crítica". Es igualmente engañoso afirmar que "la solución de los dos estados" es la forma de cerrar ese conflicto -- que la clave de la paz es que Israel entregue territorios sobre el que los palestinos puedan fundar un estado.
Pero ¡ay, qué euforia sabe inducir esa quimera! Esta semana se cumplen 20 años — 13 de septiembre de 1993 — desde que Yasser Arafat y Yitzhak Rabin firmaran los Acuerdos de Oslo sobre el jardín de la Casa Blanca, iniciando un "proceso de paz" que los tenía emocionados de entusiasmo. A cambio de la promesa por escrito de Arafat de "renunciar al uso del terrorismo y los demás actos de violencia", Israel accedía a considerar a la OLP gobierno palestino legítimo, y a entregar a Arafat territorios, dinero, armamento y control político. Yo me encontraba entre los presentes aquella jornada, mirando mientras el Presidente Clinton persuadía a Rabin de estrechar la mano de Arafat. La exaltación del momento era casi palpable. ¡La paz llegaba a Tierra Santa! ¡Enemigos jurados renunciando a su guerra! ¡El sueño de generaciones floreciendo ante los ojos del mundo!
Sólo que no era paz. Era la embriagadora y peligrosa melopea del apaciguamiento. Para los hartos de hostilidades, siempre es seductor escuchar que tu enemigo está igual de hambriento de paz que tú, igual de interesado en alcanzar un acuerdo y echar una firma. Ojalá fuera cierto. Pero no se puede hacer la paz con un enemigo que sigue decidido a alcanzar la victoria — victoria sin reparar en medios, incluyendo el secuestro del "proceso de paz".
Lo que pretendían realmente Arafat y la OLP nunca fue ningún secreto. "El objetivo de nuestra lucha es el final de Israel", dijo Arafat a Oriana Fallaci en la entrevista publicada en 1974. "Paz para nosotros significa destrucción de Israel, y nada más". En El Cairo aquel año, la OLP había adoptado formalmente su llamado "Plan de Fases", en el que accedía a establecer el control político sobre cualquier territorio adquirido a Israel, y a continuación utilizar ese territorio como base de operaciones desde la que continuar "la lucha armada" hasta "liberar" de judíos la totalidad de Israel.
El objetivo del movimiento palestino siempre ha sido la negación del estado judío. Los emblemas tanto del Fataj como de Hamás muestran armas de fuego cruzadas superpuestas al mapa de Israel. |
Esto no era algún fragmento de retórica olvidada en la jornada en que Arafat y Rabin firmaban los Acuerdos de Oslo. "Solamente durante septiembre de 1993, Arafat evocó la estrategia de fases más de una docena de veces en comparecencias en medios convencionales de todo el mundo árabe", escribe el historiador Efraim Karsh, "siendo la más conocida el mensaje personal al pueblo palestino emitido en árabe por la televisión jordana" la jornada de la ceremonia en la Casa Blanca. "Es el momento del retorno", afirmaba exultante Arafat, "el momento de poner con firmeza el pie sobre el primer territorio palestino liberado".
Arafat falleció en el año 2004, pero la raison d'etre del movimiento palestino sigue inamovible. No es una solución de dos estados, coexistiendo pacíficamente el estado judío de Israel junto a un estado soberano de Palestina. Es la eliminación de los judíos y de la soberanía judía, objetivo que la Autoridad Palestina consolida y reformula de incontables formas desde aquella jornada en la Casa Blanca hace más de dos décadas.
El ingrediente esencial de la paz árabe-israelí no son las negociaciones incesantes, sino el rechazo a la violencia y al odio fanático a los judíos que, gracias a una generación de desgobierno por parte de la OLP, han mermado tanto la sociedad palestina. Han transcurrido 20 años desde el fiasco de los Acuerdos de Oslo. ¿No va siendo hora de dejar de espolear ese caballo muerto?
(Jeff Jacoby es columnista del Boston Globe.)
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